Concluido el año 2017, de sus hechos destacables y que han dado para muchos análisis, tanto académicos como no especializados, se encuentra “la doble fiesta democrática” que en los días 19 de noviembre y del 17 de diciembre recién pasado se desarrolló bajo la consigna transversal de ahora sí viene el cambio. Los resultados de las elecciones de cores, parlamentarias y presidencial permitieron -según muchos entendidos- visualizar con acierto los sucesos esperados para el período 2018-2022.
I. La aparente caída.
Resulta natural que el tiempo juegue en contra de los grupos dirigentes de la sociedad haciendo necesaria una renovación de cuadros, muy a pesar de la renuencia de muchos representantes del pueblo por “abandonar con donaire” la recepción de sus cuantiosas remuneraciones ganadas con sus publicitados supuestos desvelos en pro del Bien Común. Mas, inexorablemente, en el transcurrir de su vida terrena se impone la regla temporal y la hora del adiós -por las buenas o las malas- hace imprescindible la llegada de la savia joven al circuito administrativo estatal. Muchas veces hay gente que llama candorosamente a ésto “la renovación de la política”. Así, sabiendo de los días contados, la élite político-partidista hace espacios en la administración pública para asegurar el futuro de sus retoños y su predominio familiar como su derecho a ejercer el cuidado de su sociedad bajo la artimaña de proceder de un inmaculado linaje de servidores públicos.
El tema se ha venido construyendo lentamente desde hace unos pocos años: en primer lugar, detectar que entre nosotros hay gente que habla el idioma común de manera distinta; luego, caer en la cuenta que su manera de habitar este territorio es diferente a la que reconocemos, en general, como propia, pues evidencian los particulares rasgos expresivos de sus subculturas de pertenencia originaria; posteriormente, la diferencia de tono de piel haría que una vieja apreciación en contra de cierto tipo de extranjero fuese una respuesta emotiva claramente basada en la irracionalidad. Para completar, mediando, la prensa ha venido alimentando el miedo al otro con un discurso negativo, sólo por su interés de cubrir el espacio comunicativo disponible para las noticias que le faltan. (Para que después, los mismos medios puedan hablar con tono preocupado de lo mismo que crearon).
Ha muerto Patricio Aylwin, el penúltimo de los grandes dinosaurios de la vieja política chilena, aún falta Carlos Altamirano y sería todo para una especie que fue aniquilada por ese devastador meteorito llamado neoliberalismo, ese que llegó arriba de un Hawker Hunter hace ya casi 43 años.
Ya es tradición, al menos desde el año 2011 a la fecha, ver a comienzos de marzo publicaciones en redes sociales aludiendo a lo movilizado que será el año que recién comienza. “Este es el año de las movilizaciones”, “este es el año del estallido social”, y así un larguísimo etcétera. La otra cara de esta moneda, es ver cómo a finales de año, los mismos que publicaban este tipo de cosas se encuentran de golpe con la realidad: cada año ha sido menos movilizado que el anterior.