El mundo de las creencias es, sin dudarlo, una de los recursos más sorprendentes en el ser humano, pues escapa, en lo fundamental, al mecanismo oficial de formación del conocimiento que posee la especie. Este mecanismo de procesamiento de la información está bastante investigado, siendo ya reconocido el patrón general de relaciones que nos lleva a tener lo que denominamos conocimiento partiendo desde la sensibilidad. Pero la creencia carece de ese soporte directo a lo externo, aunque sí se ha logrado establecer que ella genera una respuesta en lo más profundo del sistema límbico, responsable de nuestra emotividad. Como obviedad, una primera conclusión sobre tal noticia nos deja en claro que una creencia no se relaciona directamente con la racionalidad. Dicho de otra manera, no hay propósito válido en solicitar a un creyente que someta su creencia a las "reglas de la razón".
Creencias hay muchas y cada persona tiene las suyas, de las cuales siempre alguna es más significativa al momento de construir su personalidad, tanto individual como socialmente. La creencia de cierta identidad de origen es de las más fundamentales. Luego, de todos los hechos de violencia que no pueden conectarse con un desorden de la mente, la mayoría están relacionados a cuestiones que erradamente se podrían denominar “raciales”, o sea, ciertos presupuestos biológicos y culturales, lo étnico en su conjunto.
Desde hace unos milenios sólo existe una familia humana -la del homo sapiens sapiens- que podría llamarse “raza”. De lo anterior, un plan de “limpieza” étnica es de las mayores estupideces para una raza única, debido a que al reducirse las posibilidades que ofrece la variabilidad genética vía mestizaje podríamos enfrentar la poco grata realidad de un mundo futuro poblado de tarados o de clones.
El mensaje más fundamental que se puede extraer de los textos religiosos de las diferentes culturas señalan inequívocamente que el ser humano es una creación divina, sea remota que próxima. Las mitologías conocidas, al establecer la relación entre un creador y sus creaturas la refieren en su sentido general, se trata de la raza de los humanos y no de un grupo singular, salvo una excepción auto-inducida.
La Creación y unas dudas que inquietan.
Teniendo en cuenta que el número de los creyentes de las distintas religiones y sus cultos es considerable a nivel planetario, el cuestionar la existencia de Dioses o Dios resulta ser un tema muy complejo, porque ante el reclamo permanente por “su ausencia” ante los hechos trágicos en determinados tiempos históricos, a modo de argumento justificatorio -normalmente- se nos enseña que la voluntad divina no está al alcance de nuestra comprensión, porque sus caminos son misteriosos. O sea, mejor aparenta caminar por tu cuenta y aprende a leer signos.
Por una parte, si un grupo de “Dioses” crearon un conjunto de seres humanos resultaría comprensible que, por natural preferencia paterna, estos tuviesen distintas características. De haber sido así, aún resaltando su común pertenencia a la raza humana -ahora única- la diferenciación de los otros se haría muy notoria y el alejamiento físico de su lugar de origen habría de acentuar tal característica hasta generar un temor frente a esos desconocidos, hijos de aquellos ancestros que caminaron junto con los nuestros. En un escenario pequeño, como prueba de lo dicho, quizá valga recordar que ante el peligro del avance persa y de sus vasallos, los atenienses que siempre se pensaron a sí mismos como los mejores de los griegos hayan llamado con urgencia a los demás pueblos helenos a reconocerse en un cierto “patriotismo racial” para enfrentarlos y derrotarlos. Así, en ese instante supremo que te juegas la existencia, cada uno de esos otros pasó a ser un yo mismo, un par, un igual. Misma idea que Alejandro Magno utilizaría unos años más tarde para hacer un imperio digno de su misión.
Por otra parte, un dios único, Dios Creador de Todo ¿por qué habría de preferir como favorita a una de sus creaturas sobre las demás de la misma especie? ¿Sólo para cantarle loas en la eternidad a cambio de reinar sobre sus iguales en la especie en el mundo terreno? Es más que evidente que muchos cuestionamientos asociados a este tema conducen a las personas lejos de esta creencia, pero por lo demás no es lo único.
El mito de la Tierra Prometida ¿qué sentido tiene hablar de esto cuando ese mismo pueblo la abandonó voluntariamente? En esta parte, la historia bíblica nos presenta a un pueblo que fue a Egipto para vivir bien siendo esclavizado y terminar “construyendo pirámides”. Aquí el chiste es que las pirámides ya estaban construidas en piedra mientras que, a lo más, ellos habrían podido fabricar ladrillos. Hay que agregar, que esos pastores devenidos en “constructores” ni siquiera pudieron levantar el propio templo a su dios tutelar, tarea para la cual contrataron extranjeros.
La exclusividad y el dominio de una pequeña porción de territorio del planeta, sometida por siglos a idas y venires de pueblos conquistadores, son parte del núcleo del problema actual en Palestina, territorio que nunca ha estado deshabitado, cual pretenden hacernos creer.
El genocida como asesino serial.
Ser asesino serial y tener la seguridad absoluta de no ser castigado por tus crímenes es, sin dudarlo, el sueño predilecto de una mente extraviada y moralmente retorcida. Si a lo anterior agregamos que -aunque no lo pueda exhibir- dice poseer un documento en que tal exclusividad -la inmunidad- le está garantizada por expreso mandato divino porque tiene la marca del elegido, esa que le hace intocable, la situación se torna más compleja, pues tenemos muy bien establecido que enfrentar una creencia intentado traerla al plano de la estricta racionalidad es una batalla perdida de antemano. No cabe mayor discusión que, efectivamente, nos encontramos ante un sujeto digno de un psiquiátrico.
Visto de tal manera, el asesino serial conoce que puede obrar como desee, porque tras sí hay una fuerza que protege sus malas acciones en el plano de la moralidad terrena, dado que lo suyo no es de este mundo. En efecto, como lo propuso Hannah Arendt (Eichmann en Jerusalén) al acuñar la expresión “banalidad del mal” este individuo ha adquirido una doble excusa exculpatoria: la de haber seguido órdenes de un superior suprahumano y la de estar previniendo que le ocurra lo que supuestamente antes le sucedió. Por ambas “razones”, no importando la gravedad se afirma en la certeza que tales acciones están previamente condonadas. Goza de la inmunidad del propio auto-perdón, acción para la cual instituyó un día ad hoc.
El escenario presentado, el de un ser tan extraordinario que está más allá de la Humanidad porque el bien y el mal son categorías del mundo moral de los demás, al que no pertenece por su exclusividad de origen, es un demoledor golpe a la ética, a una moralidad con ciertos rasgos mínimos comunes normalmente sintetizados en una regla de oro, el principio base de la valorización de la propia relación de mi existencia con la de los otros.
El problema de convivir entre diferentes culturas.
A lo largo de los milenios, la historia de los pueblos que conquistaron grandes extensiones geográficas con habitantes ya establecidos con diversidad cultural tuvieron que encontrar una respuesta racional para sostenerse en su condición de “imperios”. La mayoría de los conocidos optó por cautelar la mejor convivencia entre los habitantes, a pesar de los horrores y rencores que deja una guerra de conquista. Sólo por ejemplificar en el orbe occidental tenemos a Alejandro Magno con la creación de la koiné (lengua griega simplificada) y la adopción de la administración burocrática de sus dominados; también tenemos a Roma (República e Imperio) ofreciendo una paz pactada y luego concediendo por lealtad la ciudadanía, con los mismos deberes y derechos para todos. Ambas fórmulas descritas, a lo largo de los siglos, se fueron entremezclando conformando variables más o menos exitosas. Eso hasta la aparición del imperialismo anglosajón con su forzado comercio desbalanceado acompañado de “valores occidentales”, fórmula que obliga a una sumisión incondicional a sus dictados so pena de ser deshumanizados y acusados de enemigos del progreso de los “socios-amos”.
Quizá la mayor cruel ironía a propósito de tales “valores occidentales” surge del propio hecho que el nombre “occidente” hace referencia a la muerte, acción que sin ninguna delicadeza han tratado de realizar destruyendo el “oriente”, el lugar donde nace la vida. Con igual disposición, al revisar la historia demasiado reciente de la entidad sionista denominada “Israel” se nos confirma que nunca pensaron en promocionar una convivencia de beneficio mutuo con los habitantes de Palestina, pues el genocidio fue siempre su única meta. ¿Dios lo quiere?