Los conflictos entre Estados Unidos y los nuevos gobiernos del cono sur, los cuales se hallan, además, en problemas con diversos rivales internos, lleva al orden del día el problema de si debe el Estado revolucionario -como será el Estado Nacionalsindicalista- supeditar su política exterior y actividad diplomática a consideraciones ideológicas o de afinidad política, o si debe someterse a las prácticas normales de las relaciones internacionales. En realidad, pensamos que dicho dilema es falso, ya que no nos resulta incompatibles la defensa y promoción de la Revolución Nacionalsindicalista con la defensa de los intereses propios del Estado. Al contrario, ambas exigencias son necesarias y el descuidar una en beneficio de la otra, trae nefastas consecuencias.
Como punto de partida, suponemos la existencia de un único Estado en vías de edificación del orden nacionalsindicalista, que bien podría ser Chile o cualquier otro. Dicho Estado, evidentemente, estaría bajo el flanco ideológico tanto de los poderes capitalistas mundiales y sus politiqueros serviles como de los "gobiernos izquierdistas" que verán en nosotros un enemigo mortal a sus falaces pretensiones de ser los únicos defensores de los pueblos y la justicia social. No nos equivoquemos, en las primeras etapas de la construcción del nuevo orden, el escenario internacional será muy difícil, particularmente en la ofensiva ideológica, puesto que nuestra posición doctrinal nos pone en conflicto con las clases políticas sistémicas.
Por otro lado tenemos dos factores a nuestro favor.
En primer lugar, las necesidades de todo Estado -incluso los Estados Unidos- de mantener la diplomacia y las relaciones estables, especialmente en aras del comercio internacional, cuyos beneficios claramente la Revolución podrá regular a favor del pueblo, pero aún los gobiernos más capitalistas aceptan mantener vínculos políticos y comerciales con regímenes "de signo opuesto", y esto solamente por razones de ese mismo interés comercial o geopolítico, intereses en los cuales poco importan los purismos ideológicos.
Por otro lado, los pueblos de América, frustrados de tantas estafas políticas, claramente se verán inclinados a apoyar un proyecto revolucionario de justicia, pero que, a diferencia de otros planteamientos sistémicos, no reniega de las identidades e historia de los pueblos, lo cual no deja de ser un punto a favor.
Ante dicho escenario con elementos contradictorios, un Estado que ha iniciado transformaciones revolucionarias debe tener como norma fundamental de su política exterior el crear las condiciones exteriores necesarias para el desarrollo y promoción de la Revolución; y ello depende de que el Estado logre conservarse y fortalecerse como poder revolucionario representante de la Comunidad Nacional que ha decidido impulsar el proceso, en ejercicio de su soberanía, y que cuenta con el Estado como arma, en defensa de su independencia y de sus conquistas. Sin un Estado sustentable, tanto en lo interno como en lo externo, la consecución de nuestros objetivos políticos y culturales será ilusoria y la Nación será nuevamente objeto de la depredación por parte del capitalismo y de los politiqueros ladrones.
Ello implica, en el ámbito internacional, analizar a los diversos gobiernos con los que Chile debe relacionarse desde la perspectiva que, como sus acciones concretas ayudan o benefician a nuestra estabilidad como Estado, más allá de sus declaraciones verbales de apoyo o rechazo ideológico, las cuales pueden ser hipócritas o meramente bravuconadas, pues los ejemplos sobran. Las intervenciones políticas directas, como los bloqueos diplomáticos y comerciales, entre otras, son obviamente actos de agresión política y exigen una respuesta proporcional, respuesta que, a su vez, exige que el Estado haya previsto dicha situación buscando otros apoyos exteriores que permitan cubrir los contactos perdidos y las redes bloqueadas. Lo que si debe constar ante la comunidad internacional es que nuestro Estado no ha sido en momento alguno el instigador del eventual conflicto.
Otro tipo de agresiones -más difíciles de precisar respecto a su verdadero origen- son las de tipo ideológico y comunicacional. Ante la inconveniencia de acorralar a un régimen políticamente peligroso, resulta muy útil recurrir a instancias “independientes” y las ya inevitables “organizaciones no gubernamentales” que sirven como correas de trasmisión de los imperialismos para financiar diversas acciones de desestabilización y lucha ideológica contra el proceso revolucionario. En estos casos, mientras no se pueda probar claramente la injerencia de otro Estado y aunque nosotros lo tengamos claro, no conviene acusar a otro gobierno públicamente hasta que pueda ser puesto en evidencia, lo cual no quita la obligación de desplegar una guerrilla comunicacional proporcional.
Eso lleva a plantearse otro problema ¿debe el gobierno involucrarse activamente en las guerras comunicacionales y en las acciones de masas en contra de Estados hostiles? La experiencia de nuestro continente desaconseja esta opción, pues los gobiernos que se meten de lleno en las peleas mediáticas terminan perdiendo ese aire de superioridad ante los pequeños conflictos que todo gobierno debe mantener como una de los fundamentos de su legitimidad: el Estado -y más aún el Estado Nacionalsindicalista de Comunidad Nacional- debe ser de todos los chilenos, incluso de aquellos que no comparten las ideas del equipo político dirigente de la Nación.
Todas las líneas de acción que hemos señalado exigen del Estado una adecuada inversión, controlada comunitariamente, en Defensa Nacional -dando prioridad a la reconstrucción de la industria militar nacional- y en inteligencia, a fin de ofrecer a los conductores políticos capacidad suficiente de análisis sobre el contexto internacional. Además, exige de la comunidad nacional y del movimiento político revolucionario la capacidad de propaganda y movilización de masas contra todas las acciones desestabilizadoras.
Ya hemos hablado de la defensa del Estado revolucionario. Ahora pasamos a la promoción del proceso como norma de política exterior, pues no basta con rechazar los ataques y evitar crearse enemigos innecesarios, sino que es necesario crear una corriente favorable en otros Estados y pueblos al proceso que llevamos a cabo, generar alianzas o acuerdos con esos Estados -aunque sean en temas puntuales y pequeños, pues todos debilitan el frente del capital financiero mundial- y apoyar a los movimientos políticos que busquen en sus tacones objetivos semejantes a los nuestros. Sólo así es posible generar un Frente de los Pueblos en oposición a la Plutocracia Internacional, a la gran mafia de devoradores del mundo
¿Cómo construir el Frente de los Pueblos a partir de un Estado Nacionalsindicalista? Ello exige una serie de medidas tanto a nivel de Estado como a nivel de movimiento político revolucionario y los pueblos en sí.
A nivel de Estado y Gobierno:
1. Respeto pleno por las posiciones políticas de cada gobierno y por los conflictos internos cotidianos en otros Estado. Esto va más allá de evitar las intervenciones directas, sino también abstenerse de comentar o criticar a otros gobernantes por cualquier cosa que estos digan o hagan.
2. Cooperación social con los Estados de la región realizada de tal forma que se entienda como un impulso al desarrollo autónomo de los pueblos, en base a sus fuerzas y no como una repartija continua de profesionales o bienes, ni menos como un soborno destinado a obtener dividendos políticos en los foros internacionales.
3. Cooperación y asistencia militar sólo después de estudios serios que garanticen que ello no hipoteca la soberanía nacional ni representa una afrenta a las reales necesidades y sentimientos de los pueblos.
4. Integración económica regional realizada a través de un proceso gradual que incorpore aspectos laborales, monetarios y comerciales. Priorizar el trabajo serio por sobre los tratados de papel tan comunes en la historia.
5. Alianzas políticas sobre la base del reconocimiento de la independencia de cada nación en lo político, económico y cultural; del reconocimiento de una historia común en el caso de los pueblos iberoamericanos y, finalmente, de objetivos políticos comunes frente a toda depredación del imperialismo y el poder financiero. Deben ser objetivos claros pero generales, para evitar alianzas sectarias por motivos meramente ideológicos.
A nivel de pueblos y de movimientos políticos:
1. Utilización de todos los medios de comunicación a nuestro alcance para la difusión de la doctrina y praxis de la revolución nacionalsindicalista fuera de nuestras fronteras, a fin de esclarecer a los otros pueblos sobre los objetivos de nuestro nuevo orden.
2. Utilización de los mismos medios para la lucha contra las internacionales partidistas y las ONG serviles al sistema, evitándole al gobierno revolucionario el mezclarse en dichas reyertas.
3. Colaboración y asistencia estable, después de un estudio acabado, con aquellos movimientos políticos extranjeros que mantengan un mínimo similitudes doctrinales y estratégicas con el nacionalsindicalismo chileno, a fin de impulsar el proceso revolucionario en otros países.