La Asamblea Constituyente fascina corazones con un racionalismo propio del siglo dieciocho, cegando la razón y violentando con un fervor cuasi-religioso de redención, panacea y felicidad posible de alcanzar en la tierra[1]. La petición de ella, la Asamblea Constituyente, comprueba la vieja idea de que la estupidez humana es infinita, y remueve de la memoria dos siglos de historia sangrienta, arriesgándonos a, mutatis mutandis, “perpetuarlos” en vez de superarlos. Es difícil cambiar la mentalidad moderna-racionalista aún en sus postrimerías posmodernas.
La cuestión de este articulo estriba en esclarecer sucintamente la idea de una Asamblea Constituyente hoy, sus problemas y la solución para alcanzar el laudable interés de tener/dar algo mejor.
Sin duda, el nuevo gobierno será la excusa perfecta para reclamarla; pues no sólo culparán a Piñera cuando algo salga mal, sino que también a la espuria y malvada Constitución Política de la República. Opondrán como “verdad matemática” la afirmación de “mejor constitución de papel = a un mejor gobierno” porque solo es posible un buen gobierno entre los hombres cuando todos somos regidos por leyes creadas democráticamente y conforme a una declaración de derechos universales... Lo problemático es que las personas que creen en ello con inocencia, no se dan cuenta del engaño: cambiar todo para que todo siga igual.
La embestida a la actual idea de Asamblea Constituyente se sostiene sobre dos razones que presentaré:
a) La asamblea constituyente significaría hoy una gatopardezca bufonada para extender un error.
b) La Constitución de papel no es eficaz para un cambio.
II
La asamblea constituyente significaría hoy una gatopardezca bufonada para extender un error.
Una Asamblea Constituyente es una instancia de poder, en donde concurre un grupo de personas, pertenecientes al mismo Estado, para manifestar su posición respecto a este, dándole nueva forma.
¿Para qué una Asamblea Constituyente?
Para cambiar el orden de cosas actual. Lo que sin duda supone un análisis anterior que le de una carga negativa a lo que se quiere cambiar; pues sería ridículo querer cambiar radicalmente lo que se considera “bueno”.
No me detendré en el análisis que puedan hacer otros, aunque en gran medida el determine qué se desea constituir en reemplazo; sin embargo, sea cual sea el análisis hay algo que concedemos como cierto: hay un problema, que , para nosotros, es la civilización[2] de masas que atomiza, uniforma y arrasa con el ser-uno-mismo; es el racionalismo poco racional aún presente, es la exacerbación de la técnica por sobre el Hombre, es el materialismo, ya sea marxista o liberal, es la falta de fines y la abundancia de medios destinados al conformismo, en suma, es lo existente contra la vida del Hombre y su unidad inquebrantable, trascendente, libre y digna.
Retomando el tema principal, profundicemos en la Asamblea Constituyente. Su propia naturaleza exige poder para realizar sus fines. Pero quienes tienen hoy el poder no son los que quieren un cambio, pues de tenerlo ya estarían encaminados en lo que exigen.
Planteado de este modo, es fácil vislumbrar el punto al que queremos llegar. Si se hace una Asamblea Constituyente “darán forma” al orden no los que piden algo mejor, sino que los poderosos, aún cuando puedan ceder a cambios accidentales, lo que significaría cambiar todo para que todo siga como está. En este caso y según la mística partitocrática: que “el pueblo” participe no quiere decir que el pueblo decida, antes bien es un rito para restablecer la paz y mantener viva la creencia, la mitología político-partidista.
III
En conexión con lo anterior, viene nuestra segunda razón.
La constitución de papel no es eficaz para un cambio.
Asumiendo que pedir una Asamblea Constituyente hoy es pedir una nueva Constitución de papel, respondemos que una Constitución de papel tampoco es la solución. La Constitución de un “Estado” son sus instituciones, las formas en que se manifiesta la vida de una cultura a nivel político-jurídico. Por lo tanto, es dinámica, mutable, teniendo como límite en su despliegue, lo posible; pero a la vez, conserva una unidad e identidad que no se puede arrasar de un plumazo sin dañar a los hombres.
Cristalizar en un papel las formas políticas, es decir, las instituciones, es en gran parte inútil, pues se quiere delimitar y dirigir con un papel lo que está vivo. Lo que no quiere decir que una Constitución sea caótica, ni indomable, pues existe un orden perfectible.
Ahora, ya que a veces es infinitamente mejor un ejemplo, daré uno que será más que suficiente para ilustrar “la grandeza” de las Constituciones escritas. El afán de escribir Constituciones debe considerarse como un hecho histórico nacido en la modernidad ilustrada. Empero, en ella misma hay excepciones, una de ellas es Inglaterra, país que fuera ejemplo de aquellos que clamaban obsesivamente por papeles ¿Es posible cuando admiramos a alguien llegar a ser cómo él si tomamos un camino opuesto? ¿Paradoja o estupidez?
IV
“Si para generar cambios a través de una Asamblea Constituyente se requiere poder y más que un mero papel, entonces hemos de ir por ello si queremos cumplir nuestro objetivo”, podrán decir los impetuosos ilusos, y seguirían estando en un yerro. Querer cambiar primero lo externo al Hombre sin que antes haya cambiado él, es un despropósito; pues si el Hombre es el centro, sin perjuicio de que esté inserto en una cultura, es fundamental que cambie él para que cambie lo que se sostiene en él y a través de él, es decir, aquello que le es propio y podríamos llamar mundo-humano-cultural.
Más de doscientas Constituciones figuran en el mundo hispano-lusitano, algunas de las cuales ni siquiera se llevaron a la práctica, otras que duraron pocos meses, unas que han durado porque no se obedecen... en fin, hay una gran variedad de Constituciones escritas que ilustran mucho de lo que hemos venido diciendo, pero este no es el lugar para extendernos detalladamente en tan vasto y complejo tema. Es por ello que pasamos de largo y proponemos primero la “revolución del Hombre”, antes que del mundo, ya que es el único camino posible para realizar un ideal, a menos que estemos dispuestos a utilizar sólo los medios -la técnica- como en el siglo pasado.
Es fácil vestir hermosamente al Hombre, darle papeles llenos de las más bellas palabras, crear un mundo perfecto en el papel; pero bien sabemos que no significan nada si el Hombre no es también bello, por llamarlo de algún modo.
¿Qué pasa si le damos un arma de fuego a un hombre al que asquean los valores y la moral? Peligramos ¿Qué sentido tiene darle libros a quien no sabe leer?¿Qué sentido tiene llevar a un hombre de la ciudad al campo si no tiene idea de trabajar la tierra? Ninguno, a menos que cambie él, lo que no es fácil porque requiere que en libertad haga suyo lo nuevo. Plus ultra.
[1] A diferencia del fervor religioso católico, por ejemplo, que promete en el más allá un reino sobrenatural, a la vez que sabe imposible un mundo perfecto en el más acá terreno.
[2] El término civilización es bastante expresivo, pero explicarlo se alejaría.
Artículo publicado originalmente en la revista Acción Directa Nº 13, mayo 2010