Puede sonar trillado y hasta reaccionario hablar de circo electoral una y otra vez, pero en esto renunciamos a pretender originalidad, puesto que pocas veces en la historia política chilena la competencia ha adquirido ribetes tan ridículos como en esta campaña; ridículo directamente proporcional al nivel de fanfarria sentimental y de gesta heróica que pretenden darle sus protagonistas. No es intención nuestra hacer el típico análisis pedante de los panelistas de moda: honestamente confesamos nuestro afán de festinar con el escenario y esos protagonistas -pues no tenemos porque respetar aquello que no merece respeto-, además de extraer ciertas lecciones políticas válidas para enfrentar lo que se vendrá a partir de marzo 2014.
¿Por donde partir? Quizás por aquello que resulta un hecho consumado. A no mediar una invasión del espacio exterior, Michelle Bachelet se repetirá el plato como Jefe de Estado y con ella la Concertación retomará la depredación del Estado como medio normal de enriquecimiento a gran escala, tanto para los magnates del partido transversal, como para el red set y los oenegistas de todo tipo.
Lo de “Nueva Mayoría” sólo cabe calificar como un cambio de marca comercial, porque siguen siendo lo mismos, exactamente los mismos, y la adición formal al pacto del Partido Comunista no es más que el pago -atrasado y tacaño- a los bolcheviques chilenos por su permanente voto cautivo y su provisión de militantes e intelectuales orgánicos a largo plazo (casi podríamos decir que el ingreso en el PC es el inicio de un cursus honorum que, con buenos oficios, puede terminar con buenas pegas en el apparatconcertacionista).
¿Y será tan cierto eso de la supuesta izquierdización, de que la prédica del “Otro Modelo” supone un proyecto político más antisistémico? Resulta casi ofensivo responder una pregunta tan ingenua una y otra vez, pero por caridad lo diremos una vez más:todo el discurso de “más Estado”, Asamblea Constituyente, gratuidad y enfoque de género no pasa de los mantras conocidos y predecibles de la socialdemocracia, que requieren una adecuación cosmética de acuerdo a los tiempos, en particular a las consignas puestas de moda por los dirigentes estudiantiles del 2011, a ver si los índices de abstención de votantes disminuyen un poco.
Y hablando de aquellos, estas elecciones han sido para los Jackson, Vallejo y cía. el final predecible del camino que iniciaron como rockstars de la renovación política: no importan aquí los matices ideológicos que puedan ofrecer (Vallejo y Cariola) ni la pretendida independencia que invocan (Jackson), puesto que han sido integrados en la Concertación, a la cual le deben su futuro político, y deberán pagarle el favor durante los próximos años. No tienen salida.
Sin embargo, por lo menos en el lado socialdemócrata se ventilan las ambiciones y mezquindades propias de una lucha por el poder entre perros más o menos bravos.
En la Alianza, Coalición o como quiera que se llame ahora la derecha, analizar el escenario implica entrar en el terreno de lo surrealista y demencial, en un mundo ajeno a toda la racionalidad, a tal punto que se vuelve inútil explicar en detalle esta sucesión de tropiezos que incluye la bajada de Golborne, las pataletas de Allamand, la muerte política de Longueira y la asunción por suma urgencia de Matthei. Algo serio se puede extraer del panorama: la denominada derecha política no tiene capacidad política, pues no ha sabido dirigir de modo racional la Administración, impulsar una agenda de gobierno coherente y ni siquiera generar liderazgos viables a largo plazo, lo que no resultaba tan difícil de prever si consideramos que los halcones de la UDI se impusieron sólo gracias a la protección militar y que las generaciones posteriores han crecido en la burbujas universitarias, de la gerencia empresarial y de los centros de estudios donde podían actuar como patrones, un escenario totalmente ajeno al de la lucha política real, con amigos y enemigos, no con peones o empleados.
Más allá de los dos carteles que dominan el Tijuana electoral, se yergue el delirante panorama de las 7 candidaturas “alternativas” que no pueden servir más que al testimonialismo ideológico, a la egolatría o los negociados de sus protagonistas, o para darle al régimen algo más de colorido, para que no todo parezca tan aburrido. Resulta muy difícil ver en estas candidaturas un esfuerzo serio por construir una fuerza política y social de largo aliento, con bases sociales fuertes y estables, aún cuando algunas de ellas presenten ideas o proyectos dignos de estudio (no despreciamos las buenas ideas, vengan de donde vengan), pues todo comienza y terminan en la persona de los candidatos. Se trata, pues, de empresas electorales temporales sin futuro, y no merecen que la energía juvenil y revolucionaria pierda un solo segundo en ellas.
Se habló durante los meses previos de que la educación sería uno de los grandes temas de la campaña, cosa que no ha ocurrido, aparte de la eterna discusión sobre la gratuidad, lo que muestra la poca seriedad de los involucrados al no abordar en momento alguno objetivos del sistema, mallas curriculares, formación docente o la educación de adultos (éste tema pareciera no existir).
Respecto a la reforma constitucional, no ha surgido una propuesta que supere los límites del régimen liberal basado en los partidos políticos, reduciéndose todo a vagas promesas de más participación y a la prédica indigenista y de género. Sólo la candidatura -inviable- de Roxana Miranda ha hecho un guiño al asambleismo de moda en cierta izquierda, sin reparar en que tal esquema participativo, sin un mecanismo para cerrar debates y un Estado fuerte que ejecute sus resoluciones, no presta utilidad alguna, y la práctica del movimiento estudiantil así lo ha demostrado.
En contraste, la polémica se ha centrado en las características personales de las candidatas mayoritarias, como el hecho de ser mujeres, el hecho -anecdótico, pero que para los progres parece ser fundamental- de ser hijas de generales involucrados en los asuntos del 73, o sus peculiares rasgos de carácter. Como se ve, altas cuestiones de Estado...
El otro tema que ha captado casi toda las energías ha sido el 40 aniversario del golpe, un juego que conviene a todos, pues la “centroizquierda” se mueve como pez en el agua en un terreno donde las cifras de víctimas le favorecen, mientras la “centroderecha” -salvo elementos estrambóticos rayanos en lo kitsch- no ha tenido mayor problema en unirse a la disculpa orquestada de los últimos días, pues ellos -a diferencia de la izquierda visceral y los impresentables de su propio bando- siempre tuvieron claro que lo esencial no eran Pinochet o los militares, sino la defensa del “Estado subsidiario” concebido por Jaime Guzmán, eso es, el dominio usurero y el país de servicios.
Para coronar el chiste, este año se eligen consejeros regionales vía sufragio de todos los mayores de 18 años, suceso inédito desde el comienzo de la era portaliana. Sin embargo, este hito, fruto de una reciente reforma constitucional, no ha tenido prácticamente difusión alguna entre los ciudadanos, y corre por ahí el rumor de que la clase política calculó mal el cambio y ahora advierte que los nuevos cargos pueden ser competencia a los liderazgos tradicionales de diputados o senadores, aunque igual servirá para asegurar algunas peguitas para amigos y parientes. De paso nos dice bastante acerca de la poca importancia real de los Gobiernos Regionales en nuestro sistema político, dados sus pocas atribuciones efectivas y su naturaleza híbrida.
No tenemos razones para defender al régimen, no tenemos porque apoyar a los partidos que defienden al régimen, pero tampoco podemos quemarnos con aventuras electorales supuestamente antisistémicas que están condenadas al fracaso más penoso desde el inicio, y ello por errores sustantivos.
Estamos en una etapa en que nuestra acción frente al proceso electoral implica quitarle toda legitimidad popular posible al régimen y a sus representantes, así como generar la conciencia de poder en las comunidades de la Nación. Es por ello que no votamos, llamamos a no votar y no sólo a ello, sino que manifestaremos una y otra vez la farsa que representa la democracia liberal y el régimen de partidos políticos, teniendo como opción el Estado de Comunidad Nacional, propuesta del nacionalsindicalismo.
¿Esto implica rechazar todo proceso electoral por una cuestión de principio? Eso se lo dejamos a los anarquistas de centro comercial y a los que todavía suspiran con el manual del Che Guevara. Para nosotros una participación electoral puede ser útil como medio de agitación y difusión de nuestras posturas políticas, para potenciar el rol de las comunidades vecinales en el sistema municipal, así como para ir “forando” el Estado liberal mediante reformas legislativas que nos sean útiles, pero sabemos que la capacidad de reforma del régimen es limitada y engañosa. Mientras tanto, NO VOTAMOS.