Publicado originalmente en la Revista Forja en 1969 por el camarada Óscar Álvarez Andrews, transcribimos este artículo que destaca las distintas dimensiones en que se desenvolvió el prócer patriota, Manuel Rodríguez Erdoiza; cuando se cumplen 205 años de su vil ejecución política.
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Siempre se ha hablado de Manuel Rodríguez, el Guerrillero. Muy poco se ha dicho de Manuel Rodríguez el Abogado, el Militar, el Político, el Filósofo de la Revolución. Para ser Guerrillero bastaba, -y basta-, ser valiente, audaz, astuto. Guerrilleros fueron Miguel Neira, Justo Estay, Paulino Salas, Bártolo Araos. Pero Manuel Rodríguez era mucho más que todo eso. Fue un profesional universitario que en cierto momento cambió los libros por las armas; pero a diferencia de otros, no trabajó por una ideología de clase, sino por la libertad de toda su Patria, sin distinción. Tenía Rodríguez la misma edad de José Miguel Carrera, de quien fue compañero de colegio, además de ser vecino de casa (Carrera vivía en Huérfanos número 29 y Rodríguez en Agustinas número 27, que en esos años correspondía, a la esquina de esas calles con Morandé). Había nacido en 1785 y tenía, por tanto, en 1810, 25 años. Fueron sus padres don Carlos Rodríguez, Oficial Mayor de Aduanas, y doña María Loreto Ordaíza.
EL ABOGADO.
Manuel Rodríguez se educó en el Colegió de San Carlos (Colegio para nobles en la Colonia), situado donde hoy está el Congreso Nacional, y en esos años al lado de la Iglesia de la Compañía. Sus profesores: como don Miguel de Palacios y don Pedro Tomás de la Torres, lo consideraban uno de los alumnos más distinguidos. “Era filósofo -dice D. Miguel de Palacios- y en cada sesión literaria asombraba por la exactitud de sus juicios y la claridad con que resolvía las cuestiones más difíciles”. Confirman lo anterior su profesor de Filosofía don José Gregorio de Barrenechea, y el Rector de la Universidad de San Felipe, don Manuel José de Vargas.
En 1802 empezó a estudiar Derecho. En 1807 se recibe de Bachiller en Cánones y Leyes y se opone a un concurso para llenar la cátedra de Institutas, compitiendo con Don. Bernardo Vera y Pintado y don José María Pozo. Triunfó Pozo. En 1809 vuelve a oponerse a la cátedra de Prima de Leyes y vuelve a perder. En 1810 queda vacante la cátedra de Sagrados Cánones y por tercera vez Rodríguez se presenta para optar a ella compitiendo con don Gaspar Marín y don Juan de Dios Arlegui, Venció Marín. Sistemáticamente le cerraban las puertas García Carrasco, y los viejos oidores, por sus ideas avanzadas. Por eso Manuel Rodríguez terminó sus estudios de abogado con distinción, pero no pudo jamás recibir su título de Doctor en Leyes ni vestir la borla, la capa y el gorro verdes de los Abogados de esa época. Quedó como licenciado en Leyes: podía ejercer la profesión, pero no optar a cargos del Poder Judicial. Esto explica el resentimiento de Rodríguez contra la nobleza y contra la prepotencia de los representantes del Rey. Pero su gran capacidad se prueba en que es buscado en decenas de casos para actuar de Procurador de la ciudad; de Asesor Jurídico de Carrera, primero, y de San Martín, después, que incluso lo nombra Auditor de Guerra. Casi todas las proclamas de Carrera en el período 1811 a 1814, y las de San Martín, entre 1815 y 1817, enviadas a Chile desde Mendoza, son obra de Manuel Rodríguez.
EL MILITAR.
El 2 de Diciembre de 1811 se incorpora al Ejército de Carrera con el grado de Capitán y hace luego toda la campaña del Sur hasta 1813.
Producido el Desastre de Rancagua, emigra como el 80 por ciento de los oficiales chilenos a Mendoza para rehacer allá las fuerzas de la Patria. Gobernaba allí San -Martín, que si bien recibió. a los Carreras con frialdad y hasta con hostilidad, brindó a Rodríguez, cuyas dotes conocía, una acogida afectuosa. Pronto Rodríguez confió a San Martín su plan: regresar periódicamente a Chile para mantener viva la agitación contra España por medio de guerrillas y montoneras. San Martín aceptó de inmediato el plan y le dio amplias facultades, armas, dinero y hasta 200 soldados de caballería. Entre 1815 y 1817, Rodríguez pasó 15 veces la cordillera, cooperando en forma magnífica al éxito de la expedición libertadora que organizaban San Martín y O'Higgins. Rodríguez llevaba datos a San Martín de los efectivos y de los planes del Ejército Realista en Chile, y traía a los patriotas chilenos datos de los progresos del Ejército chileno-argentino, organizando entre tanto grupos y montoneras para hostigar a los realistas y hacerlos desparramarse a lo largo del país con rumores de que San Martín pasaría por Coquimbo, por Colchagua, por Chillán, etc. Sus medios eran infinitos: usaba nombres supuestos; vestía en ocasiones el hábito de los frailes franciscanos; otras. veces el poncho de los huasos; en otras ocasiones se pintaba el rostro y aparecía como negro, mozo de algún ricachón; o bien se presentaba con canastos vendiendo pollos y huevos. Y así recorría las calles y caminos, entraba en las casas, se introducía en los cuarteles, asistía a las chinganas, que frecuentaban los soldados y oficiales realistas, etc., etc., Sus viajes entre Santiago y Mendoza los hacía en un día y una noche por un camino secreto que solo él conocía. Anécdotas sobran de estas actividades. Hasta abrió una vez la puerta del birlocho a Marcó del Pont. Pero no era solo astucia y audacia la característica de Rodríguez. Tenía como militar un sentido innato de la táctica y la estrategia. Idea suya fue la Toma de Melipilla, el 4 de enero de 1817, y poco después, el 12 de enero, la toma de San Fernando, haciendo arrastrar sacos de cuero a medio llenar de piedras, tirados por mulas en parejas, de suerte que de lejos y por el ruido y el polvo parecía que era una compañía de artillería. Los realistas se rindieron sin lucha, cuando Rodríguez ordenó: “¡Qué avance la Artillería!”.
Un mes justo después se producía la batalla de. Chacabuco. La “toma” de San Fernando significó que los realistas mandaron al Sur 200 hombres para detener a San Martín.
En junio de 1817 San Martín nombró a Rodríguez Ayudante del Estado Mayor y le ascendió a Teniente Coronel. En noviembre el Gobierno lo declara Ciudadano benemérito de la Patria y en diciembre es nombrado Auditor de Guerra, el cargo de mayor confianza y responsabilidad que se puede confiar a un Abogado y Militar.
EL POLITICO.
Rodríguez, tomó. desde un principio el partido de la revolución, no sólo por su amistad con los Carrera, sino por los motivos personales que conocemos, y por su propio temperamento, convicciones y carácter. El 11 de mayo de 1811 había sido nombrado por el Cabildo Procurador. de la Ciudad da Santiago. Poco después es elegido diputado por Talca, al primer Congreso Nacional. Pero dominado el Congreso por los moderados, sus poderes no fueron reconocidos. A raíz del golpe de Estado de Carrera, en 1811, éste lo nombra entonces representante del pueblo de Santiago y Secretario Abogado del nuevo Gobierno.
En marzo de 1818 la Logia Lautarina propone que Rodríguez sea representante de Chile ante el Gobierno de Buenos Aires. Dudaba Rodríguez en su respuesta, cuando se produce el desastre de Cancha Rayada (18 de Marzo de 1818). El pánico se apodera de la ciudad de Santiago. Vuelven a resonar los gritos “¡A Mendoza!” de los timoratos de siempre, y resucitan los gritos de “¡Viva .el Rey!” de los españoles y criollos realistas embozados. Entonces surge en Rodríguez el Tribuno y el Político profundo que había en él. Dando pruebas de un enorme coraje y de su inmenso ascendiente: sobre el pueblo, se atraviesa a las multitudes enloquecidas y toma el control de la situación con su célebre frase: “¡Aún tenemos Patria, ciudadanos!”. Habla en las plazas y en las puertas del Palacio del Gobierno y devuelve la confianza al pueblo. Las Autoridades de Santiago y el Director Supremo Delegado Luis de la Cruz le dan plenos poderes. El Cabildo ante la noticia que habrían perecido O'Higgins y San Martín, le nombra Director Supremo. Rodríguez acepta, pero compartiendo el Poder con el Delegado Coronel Luis de la Cruz. Y en el acto organiza la defensa de Santiago contra el Ejército Realista. Es el 23 de marzo de 1818. Durante 48 horas, Rodríguez fue el Director Supremo de Chile con facultades omnímodas. Como primera medida ordena poner en libertad a los presos políticos. Organiza luego dos batallones de lo “Húsares de la Muerte”, cuya consigna era (y de allí su nombre) matar o morir: jamás rendirse. Dispone la construcción de trincheras en las entradas de Santiago y establece en, ellas centinelas que exigen a todos el santo y seña. Anima a los habitantes y pronuncia ese día 23 de marzo a las 11 A.M. en una reunión solemne del Cabildo uno de los discursos más vibrantes que se había pronunciado en Chile.
Organizados los Húsares de la Muerte con Oficiales y soldados en su mayoría Carrerinos, se dedica luego a combatir los robos y saqueos que habían comenzado a producirse, y a controlar la especulación con artículos de primera necesidad. Finalmente, ordena distribuir entre el pueblo fusiles y sables formando “milicias populares” para luchar contra los realistas casa por casa, si las circunstancias así lo exigían.
Cuando a la media noche entra en Santiago, O'Higgins con su brazo semidestrozado, Rodríguez hidalgamente le hace entrega de su Mando. y se pone a sus órdenes.
Trece días después la gran victoria de Maipú, el 5 de Abril, puso fin al poderío de España. Los Húsares de la Muerte no tuvieron en esa batalla un papel destacado. San Martín les encargó solo la persecución de los fugitivos. La Logia Lautarina los había acusado a ellos y a Rodríguez de “Carrerinos” y de querer derrocar a O'Higgins.
La suerte de Manuel Rodríguez quedó sellada en la sesión del 20 al 21 de mayo de 1818 de la Logia citada. Los Húsares fueron disueltos y Rodríguez fue reducido a prisión. Se cuenta que O'Higgins tentó por última vez salvar a Rodríguez ofreciéndole un viaje al extranjero. Rodríguez se negó. “Soy de los que creen que ningún Gobernante debe durar más de un año en el Poder. Y es tal mi convicción, que si yo fuera Director Supremo y al cabo de un año nadie me hace una revolución, yo mismo me la haría para dejarle el Poder a otro”. O'Higgins comprendió la alusión a su persona y Rodríguez volvió a su prisión. El 25 de mayo de 1818 se le sacó del Cuartel de San Pablo para conducirlo a Valparaíso y allí embarcarlo para la Polinesia. Lo demás todos lo sabemos. El 26 de mayo acampó la pequeña comitiva junto al estero de Lampa, cerca de Tiltil. Al anochecer el oficial español Antonio Navarro invitó a Rodríguez a ir “donde unas niñas”[1]. Poco después volvía diciendo que Rodríguez había querido fugarse y él había tenido que ultimarlo. Sin cuidarse ni de sepultar a su víctima asesinada por la espalda, a traición, el pelotón regresó a Santiago...
Murió Rodríguez a los 33[2] años: un mes y días después de la gloriosa batalla de Maipú, que él tanto contribuyó a ganar con su coraje, su patriotismo y su abnegación, y casi 2 meses justos de los días en que como Director Supremo Interino había recibido la más grande ovación del pueblo de Santiago.
O. ALVAREZ ANDREWS.
Abstract: Originally published in Revista Forja in 1969 by comrade Óscar Álvarez Andrews, we transcribe this article that highlights the different dimensions in which the patriotic hero, Manuel Rodríguez Erdoiza, developed; when 205 years of his vile political execution have passed.
Palabras clave: Óscar Álvarez Andrews, Manuel Rodríguez, historia de Chile
Notas y referencias (por orden de utilización):
[1] Aún hoy existen distintas versiones sobre el asesinato de Rodríguez y el grado de participación de sus ejecutores.
[2] En el texto original, Álvarez escribió erradamente 32 años.
Álvarez Andrews, Óscar. (1969). Manuel Rodríguez. El abogado, el militar, el político, el guerrillero, en Forja, 5, pp. 7, 8 y 11. https://mrns.cl/biblio/forja y https://issuu.com/mrnschile/docs/forja_5