El después de las elecciones

En la conducta de la casta partidista y su intelectualidad mercenaria frente a la abstención electoral hay un punto que debe destacarse. Por un lado, con pocas excepciones, han primado los juicios lastimosos y hasta apocalípticos sobre las consecuencias de dicho fenómeno para el futuro del régimen, juicios que deberían llevar a cambios de rumbo radicales en las estrategias partidarias. Por otro, a la semana de las elecciones volvieron a actuar como si el universo terminara con aquellos que votaron, que el poder real del país está en sus instituciones formales, y la pelea por los pedazos de la torta municipal ha adquirido ribetes morbosos, situación acrecentada por las irregularidades electorales. Incluso ha partido la carrera presidencial en el oficialismo bajo los parámetros de estupidez a que nos tienen acostumbrados las personalidades ególatras de la Alianza.

¿A qué obedece esta conducta aparentemente contradictoria? No podemos negar que el miedo existe dentro de la dirigencia política, pues de otro modo resulta difícil explicar la histeria ante la campaña #yonoprestoelvoto y la defensa de la actual institucionalidad por parte de quienes siempre la han cuestionado. Sin embargo, muy probablemente tendrán en cuenta que los índices de abstención, aún cuando se mantengan e incluso aumentaran algunos puntos, no pasan de ser la cuantificación de una masa heterogénea que, si se mantiene quieta, no afectará en nada la estabilidad. Para lograr esa finalidad sabrán cumplir su rol los grandes medios de comunicación -ahora encabezados por Time Warner y el grupo Luksic, no se olvide- aplicando presión sobre esa masa para mantenerla cebada con más farándula o “rebeldías” de moda.

Hasta es posible imaginar un escenario con un ritual de activismo callejero a fecha fija controlado, mezclado con vandalismo de baja intensidad, para mantener entretenida a la masa desafecta, mientras que el resto seguirá votando por los mismos partidos más algunos adornos para variar el ambiente, máxime si se cierne la posibilidad de instaurar un voto obligatorio para todos. Tal panorama, si es manejado inteligentemente, puede darle unos años más de vida al régimen.

¿Qué situación podría generar un efectivo temor en la casta dirigente? Que un sector de los no votantes -más allá de su número específico- deje la condición de masa y se convierta en una fuerza sólidamente organizada, y dotada de un proyecto político alternativo y flexibilidad táctica. Esto es lo que actualmente no existe en Chile, aunque tenemos diversas organizaciones estudiantiles, de trabajadores y vecinos, que tienen el potencial necesario para constituir esa fuerza poco a poco.

Así descrito el panorama, poco debe importar, al menos por ahora, las peleas al interior de los partidos y la repartija de eventuales candidaturas para diciembre de 2013, prevención que nos está de más, puesto que el bombardeo proveniente tanto de la campaña en sí como de los analistas de pacotilla en todos los medios es capaz de distraer un trabajo político serio. Debe comprenderse que los partidos como instituciones -por debajo de sus líderes efectivos- ya no pasan de ser mediocres agencias de empleos, pues hasta la publicidad electoral se ha externalizado en manos del hampa.

Por contraste, no podemos dejar de poner atención a lo que ocurre en la composición efectiva del Gobierno, en particular de sus brazos policiales, defensivos y de inteligencia, ya que ello repercute directamente en la represión de las comunidades. También es una tarea analizar las operaciones comunicacionales emanadas de diversos agentes del poder destinadas a “reencantar” o “renovar” la acción política, y detectar a tiempo sus correas de transmisión con las diversas organizaciones comunitarias, para cortarlas de raíz.

Con esto claro, la única forma de que la masa abstencionista se convierta en una fuerza revolucionaria supone necesariamente la DIFUSIÓN DE UNA NUEVA FORMA DE ESTADO, el Estado Nacionalsindicalista de Comunidad Nacional, cuyos rasgos hemos ido definiendo a través de diversos artículos en mrns.cl, y que comprende no sólo la organización del gobierno y el Parlamento, sino una organización nacional del sistema económico, la defensa y la educación, entre otros sectores. Desarrollar esta propuesta y difundirla por todos los medios a nuestro alcance es el único fundamento sólido sobre el cual pueda construirse cualquier movimiento político posterior.

Esta labor no es ajena ni obstáculo de la organización y la lucha reivindicativa cotidiana de las comunidades, sino todo lo contrario. Como hemos expuesto varias veces, el Nacionalsindicalista supone un orden correcto de representación y participación que, aplicado en cada organización, permite a sus miembros canalizar adecuadamente sus necesidades y problemas. Además, las exigencias fundamentales del M.R.N.S. permiten una adaptación prudencial a diversos aspectos de la vida comunitaria, garantizando flexibilidad, a la vez que permiten integrar a estudiantes, pobladores, profesionales, deudores de la Banca, etc., en una estrategia común y coherente. Pensar universalmente, actuar localmente.

El posicionarse claramente por el cambio total, necesariamente se traduce en estrategias y formas de organización diferentes. Situados en nuestro contexto concreto

1.- Los “nuevos referentes” (al estilo Revolución Democrática de Jackson) no pueden evitar quedar marcados como palos blancos de la Concertación, cosa que estamos seguros se confirmará en las elecciones del próximo año. Estos grupos ya son o serán parte de la pseudo aristocracia del régimen, por lo que ya no cuentan.

2.- La opción “plebiscitaria”, tan bullada el 2011, quedó discretamente arrinconada, lo que no debería extrañar, pues su planteamiento y eventual implementación son tan confusos que habría sido fácilmente manipulable por la misma clase política de la cual dependía que tal acto hubiese sido convocado.

3.- Otra opción fallida es el fetichismo de la marcha, convertida en dogma para el ciudadanismo de batucada y ONG. Esta actitud se basa en la infantil creencia de que marcha tras marcha, los gobernantes de turno “escucharán el clamor ciudadano” y convertirán demandas genéricas en leyes concretas. No deja de sorprender que liderazgos adultos y supuestamente serios crean realmente en esto, si es que no es un ejercicio de hipocresía.

4.- Finalmente, como reemplazo de la opción plebiscitaria, está la consigna “Asamblea Constituyente”. Aplicando poder de síntesis, tiene dos fallas fundamentales: a) no ofrece una forma política alternativa a la partidocracia y al liberalismo, sino su “enchulamiento” a base de lugares comunes progresistas; b) sus promotores parecen no asimilar que esta opción supone la ruptura con el orden constitucional de 1980, por lo que la llave del proceso quedaría -al igual que en el plebiscito, en manos de los partidos gobernantes.

Todas estas opciones tienen un rasgo en común: Asumen la democracia liberal basada en la mítica voluntad general, el sufragio de masas y los partidos como el único sistema aceptable, y que la lucha política sólo tiene por objeto perfeccionarlo, hacerlo más consecuente con sus propias premisas, cuando son los propios dogmas del liberalismo las falsedades que repercuten en la nula participación popular y en la subordinación de la política al capital financiero.  El lenguaje histérico o ultrón sirve de poco si a la hora de las definiciones nos vendemos más caro o más barato.

Lo anterior no significa de modo alguno desechar el plebiscito, las elecciones o la Asamblea Constituyente per se y en todos los casos, sino de rechazar el carácter y orientación que se les pretende dar ahora. Como advertimos en nuestro artículo sobre la falacia plebiscitaria, tales actos y procesos sólo pueden ser la coronación formal de un proceso ya iniciado dentro de la Comunidad, no gestado artificiosamente por los aprovechados del sistema y sus publicistas.

En síntesis, el escenario actual exige discernir lo esencial tras las máscaras, y no distraerse, trabajando sólo en lo que importa.

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